UNA CULTURA DEL DIALOGO
Primero: para que un diálogo sea fecundo se requiere, en primer lugar claridad. El diálogo supone y exige la inteligibilidad. El diálogo es un intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre; bastaría este solo título para clasificarlo entre los mejores fenómenos de la actividad y la cultura humana, y basta esta exigencia inicial para estimular nuestra diligencia y nuestro deseo de ser constructivos. Esto exige la revisión de todas las formas de nuestro lenguaje, viendo si es comprensible, si está al alcance de todos, si es serio, si va a los problemas de fondo. Sin claridad y seriedad, no hay verdadero diálogo. La opacidad, el doble lenguaje, la mentira, el no ser capaces de reconocer hechos que son evidentes, hacen imposible el diálogo.
En segundo lugar, otra característica del verdadero diálogo es, la afabilidad. Cristo nos exhortó a aprender de El mismo: Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón. El diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad está en la verdad que expone, en el deseo de servicio que difunde y en la ejemplaridad de vida de los que dialogan El verdadero diálogo es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso.
En tercer lugar, para poder dialogar es fundamental un mínimo de confianza: confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor. La confianza promueve la familiaridad y la amistad; entrelaza los espíritus por una mutua adhesión a un bien que excluye todo fin egoísta. Su preocupación es el bien común, es decir, el bien que conviene a todos, por encima de intereses oportunistas o particulares.
Y en cuarto lugar es necesaria, la prudencia: una prudencia pedagógica, que sepa ir de menos a más y que no pretenda ir ni demasiado deprisa ni demasiado lejos. Una prudencia, que tenga muy en cuenta la historia y las condiciones psicológicas y morales del interlocutor y de aquellos a quienes representa. Detrás de cada postura y de cada persona hay un sinfín de sentimientos, de emociones y de intereses personales y de grupo, que condicionan el modo de afrontar los problemas y que exigen en quien dialoga un gran esfuerzo de objetividad para no dejarse condicionar por circunstancias totalmente ajenas al deseo de un verdadero encuentro, para bien de todos, en aquello que nos une.
Con el diálogo, así realizado, se cumple la unión de la verdad con la caridad y de la inteligencia con el amor.
Pidamos a Dios que este espíritu de diálogo y concordia sea el que guíe las decisiones y los compromisos de la sociedad entera y de aquellos que nos gobiernan.
Para todos, un saludo cordial y mi bendición.
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